La perdiz y las propuestas a las alforjas prestas.
Era julio, a principios de los 70, yo andaba en los últimos cursos del bachillerato de la época y para variar me habían quedado un par de asignaturas para septiembre.
Mi madre, que no había estudiado, no entendía que yo era uno de los alumnos más eficientes del instituto.
La mayoría de los otros habían estudiado como locos desde septiembre a junio para aprobar el curso, eran eficaces. Lo mío era mejor, aprobaría en septiembre y pasaría de curso con los demás, como todos los años, pero con un esfuerzo mínimo de estudio entre julio y agosto. Por tanto yo era, como decía más arriba, uno de los más eficientes, ya que conseguía el “mismo resultado”, que era pasar de curso, trabajando solo dos meses, mientras que los demás habían invertido diez.
No lo veía así mi madre, por lo que decidió enviarme el mes de julio al pueblo con mis abuelos. Nunca me ha confesado si lo hizo para librarse de mí una temporada y poder descansar, o para que yo aprendiese, de la vida misma, que hay formas más duras y menos duras de ganarse los garbanzos.
Mis abuelos vivían en un pueblecito de la sierra pobre de Madrid. El nombre de la zona ya da algunas pistas. Vivían de la economía agraria de supervivencia, sin pasar necesidades, pero trabajando de sol a sol para sacar parar vivir.
El agricultor de esa zona suele tener algunas tierras que trabajándolas duramente las puede arrancar algo de trigo, avena y cebada, también tiene alguna huerta con tomates, judías, garbanzos, pepinos, y árboles frutales. En la granja cuenta con algunos cerdos, gallinas y conejos. Al final del día reparte, a medias con los braceros que le ayudan, lo que han recolectado, y de su mitad vende lo que no va a consumir para hacer un poco de caja que le permita pagar de gastos y necesidades que vendrán durante el resto del año.
Una mañana, bien temprano, me dice mi abuelo,
– Oye Mariano, por qué no te vienes conmigo a la huerta, nos hacemos compañía y te cuento cómo funcionan las cosas por aquí.
Dicho y hecho, mi abuela me dio un talego con un poco de pan, tocino y queso para el almuerzo y mi abuelo preparó el carro con unos cuantos aperos de labranza, agarró su escopeta, al perro y nos fuimos, con la mula tirando del carro, hacia la huerta que estaba a un par de kilómetros o tres del pueblo.
Allí estábamos los dos sentados en el carro camino de la huerta, mi abuelo contándome historias y yo tratando de asimilarlas y de entender que la vida rural era bastante diferente de la vida en la ciudad.
Andábamos en esas cuando vimos una bandada de pájaros aterrizar en un trigal. Pájaros para mí, y perdices para mi abuelo.
No recuerdo si estábamos en época de veda o no, pero lo cierto es que en aquellos días, en el pueblo de mis abuelos, cualquier vecino que bajaba a la huerta lo hacía con la escopeta cargada por si saltaba un conejo, una liebre, una perdiz o una codorniz. Si había suerte conseguían carne para el puchero y se ahorraban comprarla en la carnicería.
Cogió mi abuelo la escopeta, apuntó, disparó y le dio matarile a una perdiz. Se vuelve y me pregunta
– Oye Marianito, qué hacemos disparamos a otra o vamos con el perro a recoger la que acabamos de cazar.
– Yo creo, le contesté, que si cazamos otra y nos llevamos dos para casa mejor, ¿no te parece?
A lo que mi abuelo me contestó
– Mira, si nos despistamos vamos a perder la situación de donde ha caído la primera, y a las malas o no la encontramos o el perro de otro anda más listo y nos la quita. Así que mejor vamos a por la primera la metemos en el zurrón y luego ya veremos.
Quizá de situaciones reales como esta venga el refrán que dice “Más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Son verdades, que cuando tienes para vivir con holgura te son ajenas, pero cuando te levantas a las seis de la mañana todos los días del año y te salen unos sabañones como garbanzos del frío y la humedad de estar destripando la tierra para ver si el tiempo te acompaña, las plagas no te putean y con un poco de suerte recoges algo de trigo el verano próximo te hacen reflexionar sobre la vida y la mejor forma de usar cada euro o peseta de la época que caiga en tus manos.
En ventas y propuestas les digo a mis clientes que apliquen el mismo método:
- céntrate solo en operaciones donde las oportunidades de ganar sean reales;
- pon todo el esfuerzo y foco en esas pocas oportunidades que realmente puedes ganar; y
- persigue cada oportunidad hasta el final.
Los gráficos anteriores muestran un caso real de la mejora de uno de nuestros clientes en solo 9 meses.
Hay otro refrán que está bien para ir acabando y que viene a resumir lo de poner todo el esfuerzo en pocas oportunidades en las que realmente puedas ganar, es aquel que dice “El que mucho abarca poco aprieta”.
Nota: Esté artículo ha pasado un análisis de legibilidad y ha obtenido la calificación de “Bastante Fácil”.
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